En la carrera de todo político debe haber momentos que luego, cuando los recuerdan, los hace avergonzar.
Para la presidente Dilma Rousseff uno de esos momentos tal vez haya sido el día de abril del año pasado, cuando acompañó a Eike Batista, el ahora entrepreneur en bancarrota, a celebrar el “primer petróleo” extraído de lo que son los quebrados yacimientos mar adentro frente a la costa de Río de Janeiro.
La mandataria esa jornada dijo una serie de cosas alabando a Batista, que en aquel entonces todavía era el hombre más rico del país con una fortuna estimada en más de u$s 30.000 millones invertidos en un conglomerado de compañías de petróleo, minería, energía y logística, la mayoría de las cuales de reciente creación.
Pero probablemente lo más avergonzaste haya sido que ella fomentaba una alianza entre su diminuta petrolera de bandera, OGX, y Petrobras, el gigante estatal brasileño con experiencia en exploración en aguas profundas. “Ambos pueden ganar mucho asociándose”, aseguró en ese entonces.
Ese fue el pico de la relación entre Batista y el gobierno. Desde entonces, su caída fue tan rápida y de tan alto perfil con su declaración de quiebra la semana pasada que Brasilia hizo lo mejor que pudo para evitar los efectos colaterales. Un reciente llamado al palacio presidencial preguntando por los problemas de Batista tuvo como respuesta “sin comentarios”.
El derrumbe de Batista, que de muchas maneras era el entrepreneur “favorito” del gobernante Partido de los Trabajadores (PT), genera dudas sobre la dirección que tomarán las nuevas políticas. El ascenso de Batista le dio credibilidad a las afirmaciones del PT de que sus políticas económica estatistas estaban simultáneamente orientadas al mercado. La pregunta es si la caída de Batista hará que el partido sea más o menos intervencionista.
La respuesta será clave para la prosperidad futura del país. El relativo silencio del gobierno sobre la bancarrota de Batista fue una sorpresa para quienes habían pensado que el imperio del ex campeón de motonáutica era demasiado grande para quebrar. Lo más probable es que Brasilia se haya dado cuenta antes de que el castillo de arena del magnate era demasiado precario para salvarse.
El derrumbe se disparó cuando la petrolera OGX admitió que sus únicos yacimientos en producción eran inviables. Eso lo dejó casi sin efectivo para pagar sus deudas, que superan los u$s 5.000 millones, y con una red de compañías insertas en una estructura laberíntica.
En esta catástrofe, el gobierno estaba sentado en primera fila. El banco de desarrollo de Brasil, el BNDES, otorgó al grupo líneas de crédito por 10.000 millones de reales. Luciano Coutinho, presidente de BNDES, trató de explicar la quiebra como un accidente del tipo que puede ocurrir en cualquier mercado.
“Los mercados de capitales saben diferenciar esas cosas y que los accidentes pueden ocurrir en cualquier parte del mundo”, señaló Coutinho.
El ministro de Finanzas Guido Mantega, tomó el mismo enfoque. “Es un grupo privado. No tiene conexión con el gobierno y la solución para OGX vendrá del mercado”, explicó.
Sin embargo, si bien la solución puede provenir del mercado (en el sentido de que los inversores perdieron miles de millones de dólares y ahora enfrentan una difícil reestructuración de la deuda ordenada por los tribunales), el gobierno hará cierto examen de conciencia para determinar si fue o no parte del problema
Uno de los motivos por lo que había confianza en OGX era que las conexiones de Batista implicaban que contaba con el respaldo implícito del gobierno.
Sin embargo, hay que reconocer que el gobierno lo dejó quebrar. Pero ahora sin Batista, cuya ruidosa forma de capitalismo tapaba el estatismo del gobierno, Brasilia tendrá que decidir. ¿Se puede confiar en los mercados o si se deja a los inversores hacer lo que quieran habrá a más Batistas?
Frente a la vergüenza de celebrar el primer petróleo de Batista que nunca llegó, es difícil ver a Rousseff ofreciendo a los mercados el beneficio de la duda.

 

Fuente: Cronista.com

Brasil: La caída del imperio de Eike Batista en Brasil avergüenza a Rousseff